Mis pies dirigían mi cuerpo hacia la Facultad donde, lo puedo decir, estudiaba. A mi lado marchaban algunos ejemplares de Prepa, mientras divisé a un amigo conocido como “el señor del costal” que iba acompañado por un animal que responde a diferentes apodos ridículos, la burra. Saludé a la fauna tratada y me encaminé hacia un muladar que osan llamar “nevería” para encontrarme con mi Amor. Estreché su cálida y huesuda mano, advirtiendo una afeitada dispar que adornaba su rostro. Desdeñé la superficialidad que me invitó a preguntarle el porqué de tal atentado contra su gallardía y decidí lanzar algunas bocanadas para decidirme. Me confesó que desde hace tiempo quería hacerlo (ponerse en ridículo) y entonces me asusté, pensando de quién me había enamorado.
Sentí ganas de mear y le pedí a mi amor que fuéramos al baño, aceptando con la alegría que siente un perro cuando lo invitan a dar un paseo. Entramos y un atolondrado conserje nos dijo que apenas había terminado de lavar el baño, mientras otro joven se escapaba sin bajarle al mingitorio. Esto provocó el descontento del señor del baño, el mismo que empezó a proferir la frase “hay que pisarle amiguitos, no se vale”, mientras me carcajeaba y mi compañero (el de la mano huesuda) intentaba contener su regocijo. Salimos con un nuevo aprendizaje, acerca de la importancia de “pisarle” a la madre esa y esperar el efecto deseado. Aprendimos que pisar el pedal del mingitorio a tiempo evita que los conserjes te sermoneen.
Sentamos nuestros culos en el mismo sitio que los había recibido (con desagrado, me imagino) y advertimos que Homo sapiens había desayunado en aquel sitio, pues había restos de sus alimentos predilectos (envoltorios de frituras con grupos de ácidos grasos trans y envases de bebidas con una alta cantidad de azúcares, agua gasificada y distintos aditivos). Dos hembras de la especie antes citada se mostraron renuentes a recoger esta basura y alegaron que suya no era. Pudimos haber pensado y actuado a su semejanza, pero alguien (a quien no nombraré) nos recordó que ya somos “Biólogos” y nuestra ética nos forza a actuar en pro del ambiente. También pudimos pasar por ser los pendejos sentimentalistas que recogen la basura ajena, para vanagloriarse en público.
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